Las Mujeres Árbol y el dolor de perderse a sí misma

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Escribir en 2015 el cuento de  “Las mujeres árbol”, marcó un antes y un después en mi vida.

Cuando visualicé esta historia de manera espontánea un día, no dimensioné el inmenso poder que tendría para recordarnos aquel viaje espiritual y conjunto que como mujeres nos encontramos realizando. Hoy reflexionar acerca de ello, me lleva directamente a lo que plantea Maureen Murdock en su libro Ser mujer un viaje heroico: “[…] el eje del desarrollo espiritual femenino, es curar la escisión interna entre la mujer y su naturaleza femenina”.

Esto respalda la idea de que el viaje interior más profundo que nos encontramos realizando las mujeres, es el recordar la conexión sagrada que teníamos con la naturaleza y con nosotras mismas, y que hoy precisamos restablecer.

Esta la perdimos a causa de la llegada del patriarcado, paradigma cultural con el cual progresivamente incorporamos patrones de rechazo y conflicto con nuestro cuerpo, con el ser mujer, con la espiritualidad desde el útero y el corazón, y con nuestra sexualidad femenina.

Con esta energía instalada en el planeta, la relación más íntima de la mujer consigo misma nunca volvió a ser como lo era, y esto generó efectos a lo largo de muchas generaciones hasta la fecha.

En definitiva, este sistema cultural que paulatinamente llevó a nuestras ancestras, a separarse de todo aquello que mantenía su fuego vital encendido. Las dejó con una vida vacía, rígida y sin la profundidad que toda mujer necesitaba para ser real, quedando enclaustradas en el rol de madres y esposas.

Cada mujer que se fue perdiendo a sí misma, dejo de escucharse, y peor aún dejó de amarse. Es aquí donde yace la escisión del alma de la que hablan tantas autoras esenciales como Clarissa Pinkola o Maureen Murdock.

El cuento de las mujeres árbol habla del fin de una forma de relacionarse con la tierra, iniciando una era de desconexión, desenraizamiento y pérdida del vínculo filial con la misma. Después de este desarraigo tan doloroso, le proceden siglos y siglos, en que la mujer ha vivido con un dolor ciego y sordo, ante el cual ella misma no sabía de donde procedía.

En la actualidad, como hijas y sucesoras aún nos encontramos viviendo los efectos emocionales, mentales, físicos y espirituales de esta herida cultural, generados por tantas generaciones que han atravesado una vida sin raíces profundas y sin la conexión a la Gran Madre. Hoy le damos lugar al dolor que experimentamos, y más aún, sabemos de donde viene esta herida atávica que aún continuará por mucho tiempo en el planeta.

Por lo tanto, toda mujer que hoy sienta un vacío emocional inmenso, que como un veneno carcome silencioso y sin descanso su alma, es símbolo de que ha hecho consciente el desarraigo atávico consigo misma y con la Tierra.

La forma de recuperar al ser genuino, la alegría, el sentido de la existencia y el amor por ser mujer, es retejiendo los hilos dorados de nuestro útero y corazón, a los de la Gran madre. Es recuperando todo lo auténtico que mantenía nuestro fuego vital encendido. Es recuperándonos a nosotras mismas libres y plenas. Por ello es que toda mujer, necesita retornar a sus orígenes, para recordar quien es y con ello traer de regreso su magia.

Por lo tanto, necesitamos hacer un movimiento interno de cura que nos devuelva el enraizamiento, que fortalezca nuestra espiritualidad femenina auténtica y nos muestre el camino de retorno a la sabiduría del corazón y el útero. Lo que podemos desarrollar a medida que iniciamos el tránsito del propio camino curativo, no solo para sanar las heridas biográficas de la historia personal, sino también, para colocar amor en aquella llaga emocional de desamparo y desarraigo que portamos como colectivo de mujeres, tanto con nuestra madre personal, como con nuestra Gran Madre espiritual

El cuento de «Las mujeres árbol» es un llamado de atención, para todas aquellas que experimentan enajenación de sí mismas y aún no encuentran el sentido de su ser. Hoy puedo compartir que esto es algo que sentí por tantos y tantos años.

Cuando por primera vez percibí a la tierra como una madre nutricia, visualizándome como parte de ella, paulatinamente sentí el anhelo de regresar a su corazón. Una vez recuperada mi conexión a la mujer sabia y salvaje que me habitaba, me sentí viva nuevamente y con ello recordé la herida primordial, de abandono y soledad que nos dejó la cultura patriarcal: representada en la escisión del alma femenina.

Comprendí que hay una herida ancestral que todas las mujeres portamos por herencia y que para sanarla, es importante que nos unamos y recordemos el poder, la sabiduría y la magia que nos habita desde mucho antes.

Es clave desandar los aprendizajes que nos ha dejado el patriarcado, reconstruyendo una imagen de nosotras mismas, que nos traiga a la consciencia aquella sabiduría tan profunda que llevamos hasta los huesos.

Sanar este dolor, nos quita el velo que comúnmente nos obnubila al ver lo esencial de nuestro ser. Por lo que cuando asumamos la tarea de poner amor en el dolor, la madre tierra también podrá sanar su herida antigua.

Con amor inmenso Ximena

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