Sanar la relación con la madre es el primer umbral a atravesar en nuestro camino curativo en la vida adulta. Desde el reconciliar la relación con ella, todo posterior proceso curativo o de desarrollo personal se torna fructífero. Sanar la relación con la madre es además, un camino de cura ante la herida de separación con la energía femenina, cuyos efectos han dejado un dolor profundo en el colectivo de mujeres.
Dice al respecto Maureen Murdock, en su libro Ser mujer un viaje heroico: «Las mujeres viven una búsqueda hoy día en nuestra cultura. Es la búsqueda del abrazo a su naturaleza femenina, de aprender a valorarse como mujeres y a curar la herida de lo femenino».
La madre como el cimiento de la vida
Desde la madre, se conforma el modelo a través del cual nos cuidamos y regeneramos a lo largo de toda la vida. Una tendencia al autocuidado o la autodestrucción provienen de la relación con la madre. Por lo que, desde esta base, nuestro camino curativo adquiere una característica particular.
Nuestra capacidad de levantarnos y volver a comenzar tras cada caída, está totalmente relacionada con el vínculo vivido y sentido con la madre. Específicamente, desde el cómo ella se cuidaba a sí misma, y el cómo se trataba y sentía cuando estábamos dentro de su vientre, adquirimos una guía para cuidar de nosotras mismas, a lo cual llamamos “modelo de maternaje”.
Desde nuestra madre física, por lo tanto, recibimos el legado de la madre interior. Este modelo interior se conforma mayormente de la experiencia infantil con la madre y además, de todas aquellas personas que pueden haber ejercido un rol materno con nosotras cuando pequeñas. Por lo que, la historia de nuestra niña interna y las heridas que esta pueda tener, juegan un rol crucial en aquello que configura a nuestra madre interior.
Por lo tanto, la madre interna, no solo se construye del mundo interno de la propia madre que nos cuidó, sino también de la cultura y sociedad que nos ha envuelto a ambas y que ha ido impregnando el hilo rojo del linaje, desde las generaciones de mujeres más antiguas.
Sin duda, esto nos lleva a reflexionar que el modelo de maternaje con el que nos habitamos, y que implica una determinada forma de cuidar de nosotras mismas, es un patrón que se va traspasando generación en generación y útero a útero.
Por ello, es muy clave que podamos considerar que la forma en que nuestra abuela fue tratada por la bisabuela (su madre) y la forma en que nuestra madre fue cuidada por nuestra abuela materna, conforma los hilos esenciales y fundamentales con que el modelo de maternaje imperante de mi linaje ha sido transmitido hasta mí.
De esta forma, podemos concebir que la propia madre interna se sustenta en un patrón que tiene raíces inconscientes y profundas en nuestra vida. Raíces antiguas y fuertes que nos llevan a estar en salud o enfermedad. Sin duda, transformar todo ello para que sea una fuente de fortaleza, requiere la vivencia de un proceso terapéutico que nos lleve a maternar la vida de una forma cada vez más sana y a vivir nuestras relaciones de una forma cada vez más transparente y liviana.
Respecto a lo anterior dice la Dra. Christiane Northrup en el libro Madres e hijas:
“Ya antes de nacer, la madre nos da la primera experiencia de cariño y sustento. Ella es nuestro primer y más potente modelo del papel femenino. De ella aprendemos qué es ser mujer, así como, el cuidado de nuestro cuerpo. Nuestras células se dividieron y desarrollaron al ritmo de los latidos de su corazón: nuestra piel, nuestro cabello, corazón, pulmones y huesos, fueron alimentados por su sangre, sangre que estaba llena de sustancias neuroquímicas formadas como respuesta a sus pensamientos, creencias y emociones”.
Por lo tanto, desde el tipo de vínculo que establecemos con la madre a partir de su vientre, adquirimos los cimientos emocionales principales sobre los cuales nos sostenemos para crear nuestra vida adulta. Si bien cuando somos pequeñas, es la madre quien nos cuida y nutre, debemos comprender que desde las herramientas internas que ella ha desarrollado, ella solo puede cuidarnos hasta donde se ha cuidado a sí misma. Una vez que somos adultas la dejamos libre y pasamos a ser nosotras mismas quienes nos maternamos, cuidamos y creamos nuestra vida a partir de las propias decisiones.
Maternarse
En mi libro MUJERAVE te hablo acerca de sanar la relación con madre y padre, hasta lograr tomar nuestros linajes femenino y masculino como nuestras alas. La mujer Ave solo puede volar una vez que ha hecho consciente en sí misma, la fuerza de sus antepasados.
A mayor honra y consciencia de los antepasados, más grandes y fuertes son sus alas.
De esta forma, si bien cuando somos pequeñas son los padres los que nos maternan y paternan, una vez que llegamos a la edad adulta, nuestras alas han crecido lo suficiente como para poder maternarnos y paternarnos nosotras mismas.
Esto quiere decir contenernos y abrigarnos con el calor de nuestras alas (función materna) así como marcar límites sanos y volar fuera del nido para crear la propia vida (función paterna). Nuestras alas crecen con una armazón sana cuando hemos sido tratadas con amor y cuidado cuando somos pequeñas. Una mujer adulta con unas grandes alas, permite que padre y madre u otros cuidadores pueden quedar libres luego de su tarea ya realizada.
Específicamente y en palabras simples maternarse, es ser madre de sí misma y de la propia vida, ejerciendo las cualidades de nutrición, cuidado, contención, respeto y compasión hacia los espacios de la existencia. Engloba además, los hábitos que ejercemos día a día para conservar nuestra vida. Se relaciona íntimamente con la forma en que nos hablamos y la voz interna que nos guía, que puede dirigirse a nosotras con amor o malos tratos, pues esa es la voz de la madre que hemos tomado dentro nuestro.
En la vida adulta la voz de la madre continúa hablándonos desde dentro. Esta voz es parte del tejido que conforma a la propia madre interna. De esta manera, la madre interna puede continuar impulsándonos con amor o llamándonos la atención con dureza y desprecio, cada vez que hacemos algo que no es bueno para nosotras.
En este sentido, me gustaría preguntarte, ¿cómo te habla la madre que vive dentro de ti?, ¿cuál es el tono emocional con que te hablas a ti misma cada día?
Terminar siendo la madre de los otros
Por otro lado, el grado de sabiduría y madurez de nuestra madre interna, nos invita a respetar la madre interna de otros adultos con que nos relacionemos, manteniendo nuestro lugar con claridad en los vínculos adulto-adulto. Cuando nos salimos de nuestro lugar intentando comportarnos como una madre incondicional y salvadora de otros (la pareja por ejemplo), le estamos infantilizando y a la vez privando de desarrollar una confianza en su propia capacidad de maternar su vida. Y debemos comprender que infantilizar es muchas veces algo tremendamente violento.
Cuando esto ocurre frente a la pareja, los hermanos, los padres o en el sin fin de relaciones sociales, sin duda es posible ver que todo ello emerge de una necesidad de entregar amor incondicional y ser la salvadora de todos. Sin embargo, estas dinámicas en que despertamos nuestro el rol de la madre demasiado buena, no llevan más que a quitar la fuerza a los otros, al sobreproteger sus espacios, llevándonos a ser mujeres que invaden y depredan la libertad personal de otro ser humano. Esto es lo que Hellinger llamó hermosamente el amor ciego.
Por ello es que, si bien la capacidad de maternarnos y maternar a otros permite cuidar la vida, esta cualidad virtuosa debe desplegarse desde límites sanos y sabios, en que se respeten los espacios y se reconozca que en el otro también reside una fuerza capaz de cuidarse a sí mismo y sanar sus heridas.
Siempre tener presente, que mi libertad de acción termina donde empieza la libertad del otro, y por querer ser la madre universal que salva a todos, puedo terminar siendo una persona sumamente invasiva que nadie desee tener cerca.
Llevando este punto a la esfera de la relación madre- hija, una madre demasiado buena puede llegar a ser una madre sobreprotectora, rígida, prohibitiva, y muy invasiva. Con esto, los hijos pueden crecer sintiéndose solos, debido a que la madre está mirando hacia sus propias necesidades emocionales de proteger extremadamente, mientras que las necesidades emocionales del niño no están siendo vistas. Es importantísimo que cada hija cuente con un espacio saludable para reconocer sus límites y fortalecer su propia madre interna.
Con inmenso amor, Ximena Nohemí.
13 comentarios en «Claves acerca de la madre interior y el maternarse a sí misma»
Hola Ximena, muchas gracias por tu trabajo. Podrías recomendarme libros-lecturas? Al final de tu escrito aparece como un link a lecturas que no funciona… o no sé como va, gracias!
Hola esther, gracias por resonar, desde aquí te recomiendo varios libros 🙂 un abrazo!
https://www.cantarosagrado.cl/bibliografia/
Ex elente articulo, gracias por su ayuda a sanar, que bueno seria poder llegar a desbloquear mi vida, lograr mi mision devidami propisito de vida, nollegar a morir inconclusa, lograr mis sueños, ser feliz, ser libre al fin. Gracias Gracias Gracias.
Que tus caminos se tornen claros, sanos y constructivos, un abrazo marlyn
hola, yo requiero entender porque padezco endometriosis y dolores menstruales. Gracias por la información
Hola hermosa, te invito a conocer el proyecto de ginecosofia de Pabla Perez San Martín 🙂 Un abrazo!
Maravilloso Ximena, estoy deseando profundizar más en este camino…ya he hecho algunas cosas para sanar la relación con mi mamá, pero yo siento que aún hay herida y aún hay camino por recorrer…soy madre de 3 hijas y quiero sanar y ayudarlas en su sanar, sanando yo y sanando linaje…❤
Gracias gracias gracias
Sigamos sanando juntas, un abrazo!
Muchas gracias me ha encantado, es un excelente artículo!
Muchas gracias ,me encantó este articulo.
Realmente toca la fibra cuando nos invita a ver mas alla de la primera linea, ver antes de mi madre y ver a las otras que finalmente estan en mi. En mi caso culpe mucho a mi madre por haberme dejado de pequeña, me dejo con mi abuela paterna, pero ahora confirmo que en realidad la figura de madre nunca me falto.
Gracias por compartir querida Liz