Aprender a gestionar saludablemente nuestras emociones, es una de las tareas más esenciales de la vida adulta. Pues es lo que nos llevará a obtener la lucidez necesaria, para tomar las decisiones que necesitamos y así conducir la propia vida por los caminos que resultarán mayormente creativos, saludables y fértiles para nosotras.
Aquellas emociones que hoy parecen más difíciles de llevar, muchas veces provienen del cúmulo de heridas no resueltas de la niña interna, reapareciendo una y otra vez en el presente, hasta que nos hagamos cargo de ellas.
Mientras no me conozca lo suficiente, y mientras no inicie el viaje heroico de profundizar las emociones que reprimí en la parte inicial de mi vida, expresándolas ahora en un entorno terapéutico, respaldado y seguro, seguiremos culpando a otros por los sentires difíciles que tenemos en el presente.
Y con ello, no podremos desarrollar la consciencia lúcida de que somos responsables, de hacer la alquimia interna que nos conduzca a crecer y alcanzar la madurez emocional, en conjunto, con la sabiduría que merecemos.
Por ello es que, gestionar saludablemente la propia emocionalidad, implica hacer el proceso consciente de tomar claridad de: (1) qué es lo que estoy experimentando, (2) qué situación me ha detonado esta emoción, (3) si esta se relaciona con algún asunto del pasado no resuelto y (4) qué necesito otorgarme a mí misma, aquí y ahora, para lidiar sanamente con este sentir.
Cuando hacemos el proceso consciente de reconocer una emoción, esta se transforma en sentimiento.
Huberto Maturana dice, una emoción se transforma en sentimiento en la medida que uno toma consciencia de ella, por tanto, se da cuando etiquetamos una emoción de manera subconsciente y emitimos un juicio acerca de ella. Los sentimientos derivan del pensamiento y el pensamiento precede al sentimiento.
Por lo tanto, si me hago autoresponsable de lo que experimento, sobretodo si me estoy sintiendo pasada a llevar por una situación o alguien, entonces seré capaz de marcar un límite saludable o retirarme de un lugar en que no se está respetando mi integridad y mis valores.
Sin embargo, de no conocer con claridad lo que siento y sin hacer el nexo a las raíces de donde proviene, no podré reconocer los límites importantes que necesito otorgarme.
Entrando la mayor parte del tiempo, en reproducir patrones infantiles de lucha o huida, que no hacen más que alejarme de la posibilidad de responder de una manera sabia, ante las situaciones difíciles que se van presentando.
Debemos tener presente que, los detonantes emocionales son un obsequio de lucidez para nuestro presente, y tras aquellas emociones difíciles que estos desencadenan, está el oro: aquello que necesitamos mirar y sanar para crecer y transformarnos.
[Un detonante es un estímulo externo que me genera algo, moviliza una reacción emocional].
“El siguiente paso de este proceso lo hemos de dedicar a expresar las emociones de forma consciente, liberadora y sanadora; y al aprender a desprendernos de las emociones estancadas que nos envenenan y enferman, conseguimos promover en nosotros una auténtica limpieza emocional y regeneración interior que nos libera del dolor interno y sana al niño herido”. Ricard Montseny
El proceso de depurar la propia emocionalidad
Crecer implica, sumergirnos en el viaje heroico de asumir que si bien, todo lo difícil que nos haya ocurrido de pequeñas no fue nuestra responsabilidad, hoy podemos recuperar nuestra fuerza y poder, asumiendo nuestra capacidad potencial de transformarlo en sabiduría.
El sólo hecho de asumir que puedo comenzar a relacionarme desde la madurez emocional con mi dolor antiguo, me devuelve el poder y la dignidad que me fue privada de niña, cuando no me sentí tratada con el cuidado y amor que necesitaba.
“Paradójicamente, las mismas defensas que nos ayudaron a sobrevivir a los traumas infantiles, se convierten luego en obstáculos para nuestro crecimiento”. John Bradshaw
El proceso de depuración emocional que es esencial en la vida adulta, implica purificar las imágenes internas de nosotras mismas, solapadas a todas las falsas creencias que asumimos sobre nuestro ser. Por ejemplo: No ser suficientes, no ser buenas, no ser dignas, ser un problema, etc.
El proceso de purificar mis memorias y las emociones que estas conllevan, implica enraizar nuevas imágenes internas acerca de mí misma. Lo que consecuentemente me conduce a habitarme desde un lugar sano y luminoso. Por ejemplo: soy una humana maravillosa, soy creativa, soy merecedora de amor etc. Debemos tener en claro que, bajo toda la capa densa de emociones antiguas, existe una mujer liviana y luminosa que desea ser traída a la luz.
Y ello no se trata únicamente de repetirme nuevas creencias. El proceso profundo implica asumir el dolor vivido y agradecerlo como parte del camino espiritual que nos conducirá al aprendizaje supremo de la vida. Aquí llegamos al punto más elevado de nuestro camino curativo, el extraer enseñanzas que conformarán una nueva y sana cosmovisión para nosotras.
Este proceso completo, implica: reconciliarme con mi historia, desarrollar herramientas para manejar saludablemente mi emocionalidad diaria, generar nueva sabiduría y fuerza para mi presente, que desemboque en una profunda madurez emocional, y cultivar la paz y el placer de estar viva a diario.
“Todos los traumas y conflictos no resueltos del pasado, especialmente en la infancia, subyacen reprimidos y contenidos en el cuerpo y en la mente en forma de bloqueos corporales y emocionales que inhiben el placer de estar plenamente vivo”. Ricard Montseny
Finalmente, no te apresures en completar esta tarea esencial de tu desarrollo de una vez, es un trabajo que se va haciendo día a día, con cada una de las decisiones que tomamos y con cada una de las elecciones por las que optamos. El camino curativo es una alquimia que se cocina a fuego lento, y en ello está su sentido más sublime.
Con amor inmenso, Ximena