Un árbol necesita nutrición y tiempo para tener unas profundas raíces, por lo que sólo la espera y la paciencia, le permitirán arraigarse a los suelos con fiereza.
Sin embargo, mientras el tiempo transcurre, cientos de circunstancias podrían acabar con su vida. Tormentas feroces, plagas arrasadoras, humanos insensibles y crudas heladas que caen por la madrugada y amenazan con quemarlo, pero ante todo eso, ese pequeño árbol se aferra paciente a la tierra junto a los árboles más viejos quienes intentan sostenerlo en una gran red, mientras la vida se moviliza a su alrededor y éste continúa creciendo alto, y fuerte en templanza y confianza absoluta a la vida.
En la superficie puede ser que ese árbol joven se vea sumamente delgado, no obstante, bajo la tierra conserva una fuerza inacabada que se construyó entre los rincones del silencio y la espera de cada uno de los inviernos que lo fortalecieron, la potencia de ese árbol no se encuentra sólo en ese tronco macizo que puedes ver en la superficie, sino que está bajo su inmensidad salvajemente enraizada bajo la tierra.
Sólo cuando ha pasado un tiempo suficiente, él ya tiene unas raíces tan grandes que nada ni nadie puede derribarlo, ni siquiera el más amenazador de los vientos, ni siquiera la sombra de otros árboles más grandes, ni siquiera la fuerza de un humano, la vida ha triunfado gracias a la espera y el tiempo le ha otorgado unas raíces inquebrantables.
Puede ser que sólo las raíces permiten que ese árbol se sostenga firmemente y la vida perdure. Sólo las raíces. Piénsalo.
Por Ximena Nohemí